martes, 8 de febrero de 2011

ZAS, EN TODA LA BOCA

Ayer ocurrió un fenómeno hasta ahora no conocido. El novelista Juan Gómez-Jurado, escritor de fama internacional, autor de las novelas Espía de Dios, Contrato con Dios y El Emblema del Traidor, puso a disposición de los lectores su primera novela en su cuenta de Twitter.

Gómez-Jurado, que en los últimos meses se ha expresado en favor del cambio al libro electrónico, y con una postura reacia a la Ley Sinde y a la demonización de las descargas, publicó un artículo controvertido titulado La Piratería no existe.

Poco después, como reacción, recibió una carta del ínclito Alejandro Sanz (ultra defensor de los derechos de autor y que está convencido de que la piratería y el hambre en África están relacionados), donde le instaba a tener huevos de poner su novela gratis.

Su propuesta ha sido ésta:

La respuesta ha sido enorme. En cuestión de horas, a pesar de la crisis, la incertidumbre, se han donado más de 4000 euros a Save The Children (que consten, sin contar anónimos), y no me quiero ni imaginar el número de descargas de Espía de Dios. Emocionante, maravilloso. Por fin algo diferente.

Descargar ‘Espía de Dios’ | aquí

Donar a Save The Children

LA PIRATERÍA NO EXISTE

Soy creador. Escribo novelas, y este –junto al periodismo- es mi único modo de vida. Mis dedos presionan medio millón de veces las teclas de este Mac, y como resultado se produce un archivo de texto que, una vez editado y corregido, se convierte en un libro que se traduce a decenas de idiomas. Mi familia y la hipoteca de mi casa dependen de mis derechos de autor. Según muchos medios de comunicación, y según muchos talibanes del todo gratis, eso me alinearía instantáneamente en las filas de los que defienden ese horror legislativo, falaz e inútil conocido como Ley Sinde, que se va a aprobar contra la voluntad de cientos de miles de ciudadanos.

Eso es mentira, y gorda.

Es una más de las que llevan apareciendo en los medios durante años, especialmente durante los últimos meses. Dicen que los españoles son piratas, que va en nuestra idiosincrasia, esa famosa picaresca tan tópica y desacertada como pintarnos a todos con el traje de luces y la paellera debajo del brazo.

Para empezar, es falso que España sea el país más pirata del mundo. De hecho en software, por ejemplo, ocupamos el puesto 79, según una encuesta de la BSA, y en cuanto al resto, los estudios de la International Intellectual Property Alliance achacan un nivel de “piratería” del 20%. ¿Cómo se conjuga eso con que haya que pagar el canon en el 100% de los casos?

Tampoco es real que la piratería esté matando el cine, cuya recaudación ha crecido a buen ritmo en los últimos diez años, al igual que el resto de contenidos. También es falso que yo tenga derecho a vivir de mi obra. Lo que tengo derecho es a intentarlo.

Sí, es cierto que las nuevas tecnologías hacen desaparecer el modelo de negocio basado en soportes físicos cerrados, lo cual es normal -también desaparecieron los fabricantes de carretas cuando Karl Benz inventó el automóvil-. No, no es cierto que las páginas de descargas tengan la culpa. ¿Acaso no es patente la incoherencia que existe por parte de la industria entre acusar a las páginas de descargas de “forrarse” y no intentar hacer lo mismo?

No defiendo las páginas de descargas, pues aunque sean legales no es justo que haya quien se aproveche del trabajo ajeno. Pero no son ellas la causa de todos los males, ni mucho menos quienes las usan ladrones y proxenetas, tal y como les llaman algunos -exiliados en Miami por causas fiscales-. Por cierto, para ellos el recordatorio de que para exigir al gobierno habría que empezar por pagar impuestos aquí como hacemos los demás.

El mayor problema que existe en el mercado en español es la ausencia de flexibilidad, de ganas de crecer y de adaptarse. En una palabra, y tal como Amador Fdez-Savater percibió en su cena con la ministra, sobreabundancia de miedo. Miedo a perder el status quo, la cadena alimenticia ante un cambio de paradigma. Y sin embargo tenemos ejemplos a nuestro alrededor de que si damos un paso adelante ocurrirá justo lo contrario.

Miremos a Estados Unidos, donde se han creado tres modelos de negocio impecables y de éxito abrumador. Kindle, iTunesy Netflix. El primero es una librería virtual que vende 775.000 títulos con precios en torno a los 7 euros para las novedades, mucho más baratos e incluso gratis para los libros de fondo de catálogo. Los libros se descargan en 30” con un solo clic en el propio dispositivo, que incluye 3G gratis. El segundo –único que opera en España- es, desde hace diez años, la referencia indiscutible en la música, habiendo vendido más de 10 mil millones de canciones. Y el tercero es un videoclub virtual con tarifa plana por 6 euros al mes. Para muestra de su éxito, baste decir que los mandos a distancia de los televisores que se venden en EEUU llevan desde 2011 un botón para acceder a Netflix de serie.

¿Qué tienen en común estos servicios? Lo más importante de todo es su sencillez. Una vez registrado en el servicio, no hay que hacer nada más. Los cobros se realizan por tarjeta de crédito, con total comodidad. Las descargas son instantáneas, y la calidad está garantizada. Las películas se ven en streaming, y están siempre disponibles. Los libros están editados por casas de primer nivel. La música no lleva protección anti copia, o DRM.

A esto hay asociado un factor precio, muy importante. Conscientes de que en la era digital la competencia es mucho más dura, los norteamericanos han buscado a la perfección el “sweet spot”, ese lugar donde interseccionan las ganas del consumidor de poseer algo rápido cuanto antes sin molestarse en buscarlo por Internet y obtenerlo con mala calidad, y la resistencia a soltar la pasta. En otras palabras, un precio justo. O sea, lo opuesto a lo que plataformas como Libranda –cuyo único objetivo, como señala Juan José Millás, parece ser no vender libros- están haciendo.

De nuevo, el miedo. DRM y precios altos. Que mis distribuidores no se enfaden. Que mi cuenta de resultados no se resienta. Que la gente haga lo que yo digo porque cierro los ojos muy fuerte y lo deseo mucho. Y si los consumidores tienen otras ideas… Que el gobierno proteja mis derechos inalienables, contra viento y marea.

En lugar de crear modelos de negocio funcionales, nos dedicamos a blindar el status quo con leyes absurdas, e insultar a nuestros mejores clientes. Llamarles piratas, sinvergüenzas y ladrones. ¿Quién creen ustedes que invierte 200 euros en un lector de ebooks, alguien que no lee? Al contrario, alguien que gasta tanto al año en libros que sabe que le acabará compensando la inversión. Y si no es capaz de encontrar contenidos interesantes de pago, los conseguirá por otras vías, con lo que de no conquistar a esta persona habremos perdido de un plumazo a un consumidor clave. Lo mismo sucede con los aficionados al cine y a la música, que llevan años haciéndolo así.

El mayor reto que tiene que superar la industria cultural en nuestro país es vencer el miedo y comprender que los piratas no existen. Tan sólo personas que quieren consumir cultura y que por desgracia hoy en día no encuentran alternativas razonables. Y a lo gratis sólo puede ganarle lo sencillo. Desde luego no leyes mordaza, retrógradas, que sirven tan sólo a los intereses de unos pocos.

Por último, una reflexión como creador. Nadie llega a crear nada que merezca la pena sin haberse empapado de los que soñaron antes que él. Alejandro Sanz, en ese barrio obrero de Moratalaz que nos vio nacer a Penélope Cruz, a él y a mí, tuvo que copiarse muchas casetes en su adolescencia, igual que yo me sentaba en un rincón en la FNAC de Callao los sábados por la mañana y leía por la cara decenas de novelas que me han ayudado a ser el escritor que soy. Vivimos el advenimiento de un cambio de modelo que está dando como resultado la era más luminosa de la humanidad, y ahora mismo hay centenares de adolescentes en nuestras calles que llevan dentro de si el potencial para ser los cantantes, los escritores y directores del mañana. Ellos también están descargando. No paréis nunca de hacerlo, ni de soñar. Y a quienes soñamos primero, os digo: dejad de tener miedo y abrazad el futuro de una vez por todas.

5 propuestas para el crecimiento digital

  1. Creadores, abrid los ojos. Aprendamos nuestros derechos y las opciones disponibles para monetizar nuestro esfuerzo, que no son siempre las tradicionales. Internet es, ante todo, nuestro mayor portal de exposición, y el mayor mercado del mundo. Y aquellos que navegan por él no son ladrones, sino personas como nosotros, tan dignas como nosotros aunque su trabajo brille menos que el nuestro.

  2. Ejecutivos de la industria, estudiad los modelos que funcionan. No infravaloréis a vuestro público. No deis cosas por supuestas. La España de pandereta ya no existe. Vuestra nueva audiencia es el ciudadano digital, y este no tiene el toro encima de la tele, entre otras cosas por que es extraplana, ya no cabe. Buscad economías de escala, mejor vender cien mil copias a un euro que mil copias a diez. Y por encima de todo, no compliquéis las cosas intentando que no copien. Lo harán igual, pero si es difícil lo que no harán será comprar.

  3. Consumidores, tened presente que copiar no es robar, pero también que hay alguien detrás de los productos que nos hacen felices. Hay un escritor detrás de los libros, y todo un elenco detrás de una película. Si es posible y hay una alternativa sencilla a un precio razonable, cómprala. Mientras lo permita tu economía, opta por lo original. Y por favor, no digas que una película o un libro son caros para luego bajar al bar y tomarte tres mojitos a 5 euros cada uno.

  4. Políticos, cread programas para ayudar a los autores a monetizar sus contenidos. Incentivad la creación de modelos de negocio novedosos. Luchad contra el IVA del 18% en las descargas, contra leyes como el precio único. Reformad la ley de la Propiedad Intelectual desde cero. Abolid el canon digital.

  5. Para todos, no insultemos. Intentemos ponernos en el lugar del otro, pues en la actual tesitura todos tienen parte de razón. Y sobre todo, escuchemos, debatamos y reflexionemos. Que no nos cuelen más mentiras y gordas.

Juan Gómez-Jurado (Madrid, 1977) es periodista y escritor. Pasó por las redacciones de Canal +, ABC, Cadena SER y la Cadena Cope. El éxito internacional de sus novelas (Espía de Dios, Contrato con Dios y El Emblema del Traidor), traducidas a más de cuarenta idiomas, le han llevado a centrarse en su carrera como narrador. Hollywood prepara ya la adaptación de su segunda novela

viernes, 4 de febrero de 2011

MITOS INFUNDADOS, ¿SÓLO USAMOS EL 10% DEL CEREBRO?


Existe una falacia que oí muchísimas veces cuando era niño, y sigo oyendo de vez en cuando (a veces en los medios de comunicación). Como tantas otras, se resiste a morir, a pesar de no tener ningún sentido: Utilizamos sólo un 10% de nuestro cerebro.

Resonancia magnética del cerebro
Resonancia magnética de un cerebro humano.

Hay varias razones por las cuales esto es absurdo, de modo que vayamos parte por parte. En primer lugar, ¿qué quiere decir “el 10% de nuestro cerebro”? ¿De la masa cerebral, o de nuestra capacidad potencial? En cualquiera de los dos casos (y se oyen por ahí ambas versiones del mito) la afirmación no tiene sentido.

Pensemos, en primer lugar, en la versión más “científica” de la teoría: que utilizamos el 10% de nuestra masa cerebral. Esto quiere decir que podríamos funcionar de manera idéntica a la que funcionamos ahora si se retira un 90% de nuestra masa encefálica. Claro, habría que saber qué partes retirar, puesto que no querríamos quitar parte del 10% que sí usamos, ¿verdad? Pero no hay un solo experimento – ni uno – en la historia de la neurocirugía en la que un paciente haya funcionado de manera similar a la normal con el 10% de su masa cerebral…pero vamos, ni de lejos. Con el 10% de tu masa cerebral, si sigues vivo, no eres ni la sombra del ser humano que eras.


Pero es posible tener un cerebro del 10% de la masa del tuyo que siga manteniendo sus funciones fundamentales…por ejemplo, el de una oveja. Pesa el 10% del tuyo y es capaz de realizar funciones básicas, pero decir que es igual al de un humano (o que podría serlo, si entrenamos a la oveja para que lo use y se saque un doctorado) es mucho decir – desde luego, tampoco hay ningún experimento que lo demuestre. Ya sé que no son comparables, pero si aparece una oveja con un doctorado en matemáticas, me como el sombrero.

La segunda versión de la Falacia afirma que lo que utilizamos es el 10% de nuestra capacidad potencial. Mucha gente asocia esto a lo paranormal: el potencial de la telepatía, la telecinesis y otras maravillas está en nosotros, pero como sólo usamos el 10% de nuestra capacidad cerebral, no somos conscientes de ello. Esto me recuerda que tenemos que dedicar alguna entrada a esos asuntos.

Lo realmente frustrante no es que sean falso: es que quién las sostiene no tiene ni la más pequeña prueba científica de que sea cierto, ni mantiene una postura racional. Es más bien una emoción o una creencia, y no hay manera de argumentar algo que los convenza de lo contrario. Pienso que tiene que ver con un sentimiento de “Puedo mejorar mucho más, puedo crecer y usar una mayor parte de mi cerebro”, lo cual no está mal en ese sentido.

En cualquier caso, esta versión del “10% de la capacidad potencial”, además de no haber sido probada por nadie, es absurda.

En primer lugar, pensemos en la evolución. El ser humano tiene un cerebro (y por lo tanto, una cabeza) tan enorme comparado con el cuerpo que tiene que salir del útero mucho antes de estar listo para sobrevivir sin mucha ayuda. Otros animales alargan la gestación, de modo que salen del seno materno “listos para la acción”…pero si el feto creciese más dentro de la madre, la enorme cabeza no podría salir. No vas a ver a un bebé humano nacer y, a los pocos minutos, salir corriendo como un ñu.

¿Por qué razón íbamos a evolucionar hasta ese estado si no fuera rentable evolutivamente? Piénsalo: una especie desarrolla un enorme cerebro que pone en peligro la vida del feto y la madre en el nacimiento, y fuerza al recién nacido a salir al mundo sin estar preparado para que su cabeza pueda salir de la madre….¿para utilizar un 10% de su capacidad? No tiene sentido.

Además, si nuestro cerebro dispusiera de capacidades tan gigantescas (un 10% de la capacidad significa que podríamos utilizar 10 veces más de la que utilizamos), ¿por qué razón no se han manifestado en los cientos de miles de años que nuestro cerebro ha sido tan grande? ¿Qué sentido evolutivo tendría que una especie tuviera enormes alas que no sabe usar y que hacen del parto algo mucho más peligroso, pinzas que no sabe cerrar pero que suponen un inconveniente enorme en otro aspecto… o enormes partes de su cerebro que dificultan el parto y la supervivencia y, al mismo tiempo, no se usan?

Pero es que, además, es facilísimo probar hoy en día qué porción de nuestro cerebro usamos. Una simple TEP (Tomografía por Emisión de Positrones), una prueba de medicina nuclear, pone de manifiesto lo que pasa en realidad: aunque algunas funciones simples sólo usan pequeñas partes del cerebro, otras (como, por ejemplo, tocar la guitarra) utilizan la gran mayoría de las neuronas. Y si sumas las que se utilizan para todas las acciones que realizas en tu vida diaria…pues sí, utilizas prácticamente todo el cerebro, como es lógico por todas las razones que hemos expuesto anteriormente.

¿Dónde empezó esta teoría del 10%? No es en un momento determinado, pero sí en una época determinada: alrededor de finales del siglo XIX y principios del XX, cuando la psicología y la neurología eran jóvenes. Hubo algún científico (como Karl Lashley) que retiró parte del cerebro de ratas y no observó cambios en su comportamiento, y dedujo que esa parte del cerebro no se utilizaba. Otros, que creían en “potenciales desconocidos” de la mente humana, se subieron al tren de la Falacia y, al final, como siempre pasa con estos mitos, a pesar de no tener la mínima base científica y de ser absolutamente falsa, se extendió hasta estar por todas partes, desde anuncios hasta libros de parapsicología.

De modo, querido lector, que puedes ir a mirarte al espejo y contemplar la (comparativamente) enorme cabeza que hay sobre tus hombros, y estar orgulloso de usar prácticamente todo lo que hay dentro.

jueves, 3 de febrero de 2011

UN DÍA EN EL CAIRO

El avión llega casi vacío. Los pocos pasajeros que cubren el trayecto Abu Dhabi-El Cairo son casi todos egipcios: algunos son hombres de negocios preocupados por sus intereses, otros padres de familia desvelados por saber cómo están su esposa e hijos. También está Mohamed Shawky, un activista que decidió abandonar hace tres días su beca en la Universidad de Columbia (Nueva York) para unirse a sus compañeros en la plaza Tahrir.

"Puede que pierda la beca, pero no podía quedarme allí. Nos hemos puesto en contacto muchos amigos por Internet, algunos llegarán desde Londres, otros desde París. La verdad, no sé qué puede ocurrir, no reconozco a mi propio pueblo". Mohamed simboliza la esencia de la revolución que ha puesto contra las cuerdas un régimen enquistado desde hace décadas: es joven (29 años), tiene formación universitaria, pocas perspectivas de trabajo en Egipto y ha explotado su rebeldía a través de Internet.

Cuatro de la mañana en el aeropuerto internacional de El Cairo. Decenas de pasajeros esperan que acabe el toque de queda en la cafetería. Otros se aventuran a tirarse a la noche, guiados por taxistas improvisados, que se arriesgan a cambio de cinco veces el precio original de la carrera. "Los parásitos de la revolución", los llama Mohamed. Juntos abandonamos, poco antes del alba, la terminal de Llegadas. Quiere pasar por casa de su hermana para dejar la maleta y cambiarse de ropa antes de ir a la plaza.

En el camino atravesamos todo tipo de check-points: militares con los cañones del tanque apuntando al infinito, grupos de adolescentes armados con espadas, cuchillos de cocina, hierros, adultos encapuchados, etcétera. Se alza una nueva barricada de ladrillos y ruedas cada cien metros. Muchos grupos de vigilantes, acurrucados alrededor de una hoguera, nos permiten pasar sin más, levantando el brazo en señal de aprobación. Otros exigen ver los documentos y fisgonean en las maletas. Siempre con una sonrisa en los labios y sin demostrar hostilidad. Se supone que están ahí para proteger sus barrios de los saqueos, de los cientos de presos que se han escapado de las cárceles, pero también para controlar el avance de los partidarios de Mubarak.

El mundo al revés

“¿Están ahí para eso?”. Mohamed consulta con el taxista, pero no llegan a una conclusión. "Ya no sabemos quién es quién. Es un caos absoluto", le responde. En la puerta de la casa de Mohamed hay otro "check-point". Pero esta vez parecen ser rostros conocidos. Son sus amigos del barrio. Se abrazan y sube a ducharse, mientras el taxista y yo nos sentamos con los guardianes del barrio. Son seis. El mayor tiene 26 años y habla inglés a la perfección. El más pequeño cuenta con 15 años.

"Vamos a matar a Mubarak", dice un muchacho delgaducho que sostiene una hachuela, haciendo el gesto de degüello con el dedo. Nadie se lo toma muy en serio. De hecho, el mayor, Ahmed, lo corrige: "Estamos intentado echarle del Gobierno, pero la preocupación es lo que puede venir después. No lo sabe nadie. Entre los manifestantes hay mucha desunión. Es un gran lío". Un coche se acerca y dos muchachos se levantan para hacer su trabajo. Piden la identificación al conductor, que resulta ser militar, en uniforme nada menos. Entrega su documento sonriendo. "El mundo al revés", comento. "El mundo al revés", admiten todos riendo.

Salimos de allí, nos acercamos al centro. Fuera y dentro del taxi, el ambiente se enrarece a medida que nos acercamos a la plaza. Nuevos “check points”, pero esta vez sin sonrisas. Tipos duros, expeditivos con las formas: registran a empujones cada rincón de las bolsas, nos examinan. Son parte del cordón de seguridad de los amotinados, pertrechados con armas ligeras. Empieza a escucharse el gentío, cristales rotos, adoquines impactando en el suelo y algunos tiros.

Mohamed habla sin parar por un teléfono móvil que le ha dado su hermana. Está en contacto con amigos que siguen en la plaza.

-Me dicen que ha habido tiros ahora. Tres muertos.

-¿Quién ha disparado? ¿A quién?

Se encoge de hombros. Pasado un puente, bajo un scalextric, nos obligan a detener el coche, golpeando con las palmas abiertas sobre el motor. "Hasta aquí puedo llevaros", dice el taxista nervioso. Pagamos y nos saluda cariñosamente. Soldados y manifestantes se nos vienen encima inmediatamente. Quieren protegernos, nos dicen. "Si vas hacia la plaza con el extranjero, os convertís en objetivo, os masacran", le explican. Mohamed sigue empeñado. De todo esto me entero después, cuando dos soldados nos agarran de los hombros y nos obligan a dar media vuelta. La batalla campal se produce a pocos metros de allí. El Hotel Hilton, donde se encuentran la mayoría de los periodistas extranjeros, no anda lejos. Allí me encamino. "Yo me voy a la plaza", insiste Mohamed y después de intercambiar apresuradamente los teléfonos, nos despedirnos.

El caos es total en los alrededores. Mientras escribo esto, los matones de Mubarak llevan casi 20 horas atacando a los manifestantes. Lo han hecho a pie, a caballo, en camellos, con piedras, cuchillos, botellas y pistolas. Pocos dudan de que están pagados por el régimen.

El caos desatado está controlado desde arriba, con precisión aritmética. Buscan intimidar a la gente para que abandone las protestas. Con Omar Suleiman, ex jefe de la inteligencia, colocado en la vicepresidencia, el Faraón ha puesto en marcha la más sucia de las guerras para aferrarse al poder. En el camino van ya siete muertos y miles de heridos. Mientras, los militares permanecen casi siempre inmutables. Solo intervienen puntualmente, como un árbitro que tolera el juego duro. La policía y los antidisturbios parecen haber desaparecido.

Es como si hubiera un plan ordenado de crear caos de forma que la población desee el orden que garantizaba la tiranía. Para que los manifestantes, agotados, vuelvan a sus casas. Todo parece seguir una lógica. En un entorno teóricamente militarizado, se difunden rumores de asaltos y robos. La turba pro-Mubarak amenaza y golpea a los periodistas extranjeros si se los encuentra, pero después les dejan marcharse con un moratón y, a veces sin la cartera, la cámara o el teléfono.

"Muchos de mis amigos, los que están más implicados que yo, nunca se irán, porque, si se van, saben que irán a por ellos con una represión brutal después. No tienen ya nada que perder, así que se quedarán hasta el final", me había dicho Mohamed durante la espera en el aeropuerto. En estos momentos, está en algún lugar de la plaza Tahrir luchando, convencido, por la libertad de su pueblo.

Fuente: elconfidencial.com