sábado, 9 de abril de 2011

LA MAFIA DE LONDRES (THE FIRM)

THE FIRM





Dave Courtney lleva la cabeza completamente afeitada, luce al cuello una pesada cadena de oro y viste un impecable traje negro combinado con una camisa blanca almidonada.

Su apariencia es tan perfecta que parece de película, un malo de mentirijilla. Pero es verdad: este tipo de 42 años y sonrisa Profidén ha matado, extorsionado, acuchillado, pegado y robado. Es un gánster auténtico. Uno de los integrantes de La Firma, el equivalente británico de la Mafia italiana.

A la izquierda Mickey "diente de oro", después de un combate ilegal, sin guantes, bajo los efectos del "venom", una droga que "te vuelve tan agresivo que no puedes hablar a tu compañera o cualquier persona a la que quieras por lo menos hasta un par de horas después de haberla tomado".
A la derecha Courtney posa delante de su coche, un Rolls Royce, en cuya matrícula puede leerse "Bad boy", chico malo.
"Bueno, ya no soy un gánster", aclara Courtney nada más empezar a hablar. "Cuando lo eres no puedes ir por la vida llamando la atención, no se puede ser una estrella. Debes intentar pasar lo más desapercibido que puedas. Y, sinceramente, a mí eso no me va. La verdad es que lo que yo siempre he deseado ser es lo que soy ahora, un ex gánster, para así poder hablar abiertamente de todo lo que he hecho. En cualquier profesión, si uno hace bien su trabajo, si es futbolista y mete un buen gol, si es arquitecto y levanta un edificio increíble, le gusta poder pregonarlo a los cuatro vientos. Pero cuando eres un criminal y haces bien tu trabajo, te tienes que morder la lengua, no puedes ir por ahí presumiendo de que has sido tú quien ha dado tal o cual golpe. Pero a mí, cuando hago algo bien, me gusta que la gente lo sepa. Y la única manera de poder hacerlo era retirándome de la vida criminal activa". Courtney es tan gentil y considerado que, antes de encenderse un pitillo, pregunta: "¿Le molesta si fumo?". Acto seguido, empieza a relatar, entre bocanada y bocanada de nicotina, algunas de sus proezas. "Sí, maté a un hombre y no me arrepiento de ello. El tipo quería matarme a mí. La verdad, fue una suerte enorme poder saberlo de antemano. Generalmente, cuando alguien te quiere liquidar, no te enteras hasta que oyes el boom del tiro en tu cabeza. Pero yo tuve la suerte de saber anticipadamente que el tipo me andaba buscando. En una situación así, sólo puedes hacer tres cosas: huir (y ése no es mi estilo), rezar para que falle el disparo (tampoco es ése mi estilo) o adelantarte a él. Y eso es lo que hice. Me preparé una buena coartada, salí en su busca, le encontré, le disparé y le maté". El desparpajo con el que habla de sus golpes es pasmoso. "¿Qué quieres que te diga? No me arrepiento de haber matado, aunque tampoco me siento orgulloso. Pero el tipo aquél era una asesino y me quería liquidar. Si volviera a ocurrir, haría lo mismo, volvería a matarlo", dice mientras recoge del suelo un muñeco de peluche que su hija pequeña ha dejado tirado.
"¿Qué quieres que te diga? No me arrepiento de haber matado, aunque tampoco me siento orgulloso. Pero el tipo aquel era un asesino y me quería liquidar. Si volviera a ocurrir, volvería a matarlo"
Pero lo más alucinante es que, amparado en el propio sistema judicial británico, Dave Courtney puede ir contando al mundo entero que ha matado a un hombre sin que el peso de la ley caiga sobre él. "Ya me juzgaron por ese crimen una vez y me declararon inocente", afirma con una sonrisa de satisfacción. "Cuando, después del asesinato, la policía vino y me preguntó si había sido yo el responsable de esa muerte, habría podido decir perfectamente que no, que no había sido yo. Pero como soy así de chulo le dije a la pasma: `Sí, claro que le he matado yo'. Me juzgaron pero, ya te digo, me había preparado muy bien el crimen y me declararon inocente. Como en este país no te pueden juzgar dos veces por el mismo delito, ahora ya lo puedo decir con toda tranquilidad: lo hice yo".

No es ésta la única muerte que Courtney lleva sobre su conciencia. "También me cargué a otro tipo en Holanda", admite sin el más mínimo embarazo. Y, tras darle un último sorbo a su taza de té, se dispone a narrar una más de sus aventuras. "Fui a Holanda acompañando a un jefe con mucho dinero que tenía que hacer allí cierta transacción. Nada más llegar a Holanda me olí que algo andaba mal. Yo procuro mantenerme sereno, más aún cuando trabajo, y no me gusta pasarme con el alcohol ni tomo drogas, pero los tipos estos de Holanda estaban intentando emborrachar al jefe, venga a darle de beber, venga a llevarle mujeres y más mujeres, lo que de entrada me pareció bastante sospechoso. Mi jefe tenía que efectuar un pago por el envío de una determinada mercancía a un tercer país, pero antes de soltar la pasta necesitaba recibir una llamada de sus socios confirmándole que había llegado el género. Recibimos la llamada, con la clave que indicaba que todo había salido bien, pero después de todo lo anterior, ya sabía que allí había gato encerrado. Se lo dije al jefe delante de los otros, le dije que algo iba mal. Entonces, uno de ellos sacó una pistola y disparó contra mi jefe, y la pared que estaba justo detrás de él se llenó de sangre y de restos de cerebro". Courtney hace una pausa estratégica y prosigue. "Entonces, el tipo volvió el arma contra mí, pero yo le esperaba y disparé antes. Era un tío de unos 40 años, un capo de la cocaína que vivía en Holanda y que estaba metido en negocios bastante sucios: hacía snuff movies (películas que contienen torturas y asesinatos reales) y cosas así. No era un buen sujeto. Lo más increíble es que recuerdo perfectamente cómo, justo en el instante antes de dispararle, pensé: `Uno de nosotros no va a ver a su esposa esta noche'. Ni siquiera sé si el menda aquel tenía o no esposa, pero es lo que pensé. En disparar un arma se tarda sólo una fracción de segundo, pero te juro que al que empuña la pistola ese instante se le hace eterno. Lo ves todo como en una película a cámara lenta".

Bernie Davies, en el centro y rodeado de "sus chicos", es otro de los miembros de "La Firma". Abandonó su trabajo en la mina y empezó a trabajar como portero de discoteca en 1984. En la cara interior de su labio inferior lleva tatuado "vete a la mierda".
Sólo una vez, en su larga carrera criminal, este gánster de fría mirada azul ha sido condenado por alguno de los muchísimos delitos que ha cometido. "Ocurrió una Nochevieja hace muchos, muchos años", recuerda Courtney con su voz cascada por el tabaco, el alcohol y los excesos de la vida nocturna. "Mi hermano pequeño entró en un restaurante chino e hizo un pedido de comida para diez personas. Al cabo de un rato, un camarero le trajo lo que había solicitado, pero servido en platos. Mi hermano le indicó entonces que el pedido era para llevar. Pero el camarero le contestó que en Nochevieja no aceptaban pedidos para fuera del restaurante. Él, que sólo tenía 14 años, se negó lógicamente a pagar por la comida y, entonces, cinco camareros chinos la emprendieron a golpes contra él. Cuando consiguió zafarse de ellos, fue a buscarme al pub y me contó lo que había ocurrido. No me lo pensé dos veces y me encaminé rápidamente al restaurante chino", cuenta en plan héroe vengador. "Iba solo y entré en el local sin saber a cuántos hombres me iba a enfrentar", continúa. "Había un par de camareros, un chef, un cocinero... Uno de ellos se me encaró con un cuchillo enorme en la mano, y otro me amenazaba con una sartén de aceite hirviendo. A partir de ese momento, todo transcurrió para mí a cámara lenta. Era como una película de acción ralentizada, incluso podía escuchar la música. Me enfrenté primero al tipo de la sartén, que acabó volcándose sobre sí mismo el aceite. Luego me las vi con el del cuchillo, al que arrebaté el arma, volviéndola contra él y contra los otros chinos que intentaron atacarme. Me cayeron tres años y seis meses de cárcel por aquella nochecita".
"No ha habido nadie tan recto, tan temeroso de Dios ni tan opuesto al crimen como mi padre y mi madre. Y ya ves cómo les salí. Estaban desesperados conmigo, pero no podía hacer nada"
Dave Courtney está convencido de que, genéticamente, estaba predestinado a salirse del recto camino de la honradez. "No esperes de mí que te cuente que me convertí en gánster porque en mi barrio no había zonas verdes, porque la clase de mi colegio estaba masificada, porque mis padres eran pobres... No. Es algo que llevas dentro. Lo mismo pasa con las mujeres. Si eres una zorra, da igual que trabajes en la Bolsa o que seas camarera de un club nocturno: una zorra es una zorra. Da igual cómo se vista, no importa si habla como una pija o en plan macarra. Yo nací malo. Nada habría cambiado si mis padres hubieran sido ricos o si me hubiera dedicado a cualquier otro trabajo: de haber sido policía, habría sido uno cabrón, de haberme ganado la vida como futbolista, habría sido de ésos que pegan patadas al contrario cuando el árbitro no mira. No depende de la educación: no ha habido nadie tan recto, tan temeroso de Dios ni tan opuesto al crimen como mi padre y mi madre. Y ya ves cómo les salí. Estaban desesperados conmigo y yo me sentía muy mal sabiendo que sufrían por mi culpa. Pero no podía hacer nada", dice encogiéndose de hombros.

Él, sin embargo, apechuga hasta las últimas consecuencias con su tesis determinista. Casado dos veces y padre de seis criaturas, asegura que no tendría inconveniente en que alguno de sus hijos se dedicara al crimen. "No me importaría pero, desde luego, me sorprendería. Mis hijos son los niños menos propicios a convertirse en gánsteres que hay en el mundo. Los críos de aquel señor de enfrente deben pensar que la vida de un gánster es emocionante, pero mis hijos saben de verdad cómo es. Me han visto herido, en la cárcel, sentado en el banquillo de los acusados, han visto cómo me daban una paliza, han visto llorar a su madre... No tengo que decirles cómo es la vida de un gánster, ellos ya lo saben. Pero, como creo firmemente que uno nace bueno o malo, si viera que alguno tiene una inclinación especial hacia el crimen, lo que desde luego no haría sería perder el tiempo diciéndole que no se metiera en ese mundo. Y, una vez se convirtiese gánster, le pediría que fuese el mejor, que hiciera su trabajo con honor, con dignidad, con ética y con clase", concluye retocándose el cuello de la chaqueta.Haciendo de Robin Hood. Desde luego, considera que él fue un noble y digno ejemplo de su profesión. "Empecé cobrando deudas, un trabajo que, la verdad, me parece muy fácil de justificar, porque tiene una vertiente muy romántica, muy a lo Robin Hood. Imagínate: un tipo le pide prestado a otro un dinero, pongamos 80 mil libras, y luego no se las devuelve. El que soltó el dinero acude a mí y me ofrece 26 mil, si consigo recuperar los 80 que le deben. Lo que le haga al sujeto que no paga la pasta se lo tiene merecido por ladrón, por no devolver el dinero que ha pedido prestado. Al principio iba de puerta en puerta por las casas de los morosos, recordándoles a puñetazos que tenían una deuda pendiente. Gracias a mi esposa, aprendí a ser más listo. En vez de liarme a guantazos y a gritos, esperaba a que el sujeto que tenía la deuda se metiera en la cama junto a su mujer y se quedara dormido. Entonces, a las cuatro de la madrugada, me colaba en su casa, me acercaba a su lecho, le despertaba y le explicaba, en voz baja y de forma educada, que si no pagaba el dinero que debía, me volvería a ver y que las cosas no iban a ser entonces tan suaves. La inmensa mayoría de las veces, la mujer del tipo se ponía a gritar histérica pidiéndole a su marido que me pagara de una vez por todas", se vanagloria Courtney soltando una risotada enorme.

El ex gánster Courtney se divierte con una de las invitadas a sus juergas nocturnas en el barrio elegante de Mayfair, Londres.
El ex mafioso asegura, sin embargo, que buena parte del extenso historial criminal que se le atribuye no es más que pura leyenda. "No he estado metido personalmente en muchas peleas a tiros aunque, por supuesto, he visto a cientos de personas disparar. Cuando estás en una posición de poder, como la que yo llegué a tener, te acaban endosando muchos crímenes que no son tuyos. Y no hay más remedio que aguantarse", dice con gesto de resignación. "Si estás al frente de una banda de gánsteres, tienes que asumir tanto los honores como los deshonores de muchas acciones que, en realidad, no te corresponden. Por ejemplo, cuatro de mis chicos salen una noche a un club, se lían en una pelea y alguien termina muerto. La gente no dice que Bob, Pete, Charlie y Steve se dejaron caer anoche por aquí y liaron una buena, no. La gente lo que dice es que los muchachos de Courtney se han cargado a un tipo", advierte el boss. "Y, por supuesto, no he tenido nada que ver con lo ocurrido. He estado esa noche viendo la tele", señala Courtney. "A la mañana siguiente, daba la cara por mis chicos, hablaba con la gente de la banda del tipo asesinado, les pedía disculpas... Y la verdad es que no se me da mal hablar, el mejor arma que tiene un gánster es su lengua, y la mía me funciona bastante bien. Una lengua mata más gente que una pistola", dice alguien que sabe bastante de asesinatos y muertes. Dave Courtney es uno de los criminales cuya imagen ha sido captada por la cámara de Jocelyn Bain Hogg, el reportero, autor de las fotografías de este reportaje, que durante meses ha retratado a algunos de los más notables integrantes del crimen organizado británico. El resultado es un libro visualmente estremecedor titulado The Firm, donde se puede ver a varios de los principales mafiosos británicos en sus juergas nocturnas, junto a sus esposas, con sus amantes, en un viaje a Tenerife, a la salida de un juicio... Pero aparecer ahí no es nada del otro mundo para alguien como Dave Courtney, autor de dos libros (una autobiografía y otro sobre la vida nocturna londinense) y acostumbrado a ver sus andanzas en la pantalla grande. "En Lock and Stock, la película de Guy Ritchie, el marido de Madonna, Vinnie Jones me interpretaba a mí", afirma orgulloso. "Pero creo que mal. No digo que sea un mal actor, pero yo soy más auténtico haciendo de Dave Courtney, ¿no?", dice riéndose de su propio chiste.

Vida de película. Se jacta de hablarse de tú a tú con directores como Ritchie o Tarantino. "Cuando estaba rodando Snatch. Cerdos y diamantes, Ritchie vino un día a mi casa y, en el jardín de atrás, mis chicos desfilaron ante él y escogió a algunos. Si necesitas a tipos de aspecto duro para el papel, que no van a tener que decir ni una línea del guión, ¿por qué coger a un actor pudiendo tener a gánsteres de verdad? Además, así te ahorras dinero en cortes de pelo, en vestuario y demás, porque los chicos son auténticos, así que no tienes que gastarte un duro en disfrazarlos". Lo que realmente le tiene sorbido el seso es la idea de que Quentin Tarantino pueda hacer una película basada en su vida. "El año pasado nos reunimos tres veces en Hollywood. Me contó que quería hacer una película sobre mí. Le dije que me parecía estupendo y que me encantaría interpretarme a mí mismo. Pero Tarantino me explicó que dudaba mucho que alguien que fuera a invertir millones de dolares en un largometraje quisiera que el papel protagonista lo interpretara alguien que no fuese un buen actor. No es que yo sea el mejor actor del mundo, pero te juro que hacer de Dave Courtney se me da de puta madre. Por eso estoy haciendo ahora una en la que me interpreto a mí mismo: para demostrarle a Tarantino que yo soy el tipo que necesita para encarnar a Dave Courtney". Como suena: el gánster está ahora mismo rodando su propio filme, una película en la que es director, guionista y actor principal. "Mi esposa interpreta a mi esposa, mis amigos hacen el papel de mis amigos, el taxista es un taxista auténtico, las putas son putas de verdad y la pistola que empuño es mi pistola. La historia no es real, pero los personajes son verdaderos. La estoy haciendo yo solito, sin ayuda de nadie. Y estoy completamente arruinado", confiesa. "Sacaba más pasta cuando era gánster que ahora. Pero la motivación que tengo para seguir alejado del mundo criminal activo es que sé que una película puede dar más dinero que un robo a un banco. Por eso he hipotecado mi casa y he invertido todo el dinero que tenía. Una película que, te digo yo, irá al Festival de Cannes", asegura.
Quizá el filme sirva para reivindicar una especie en vías de extinción: los mafiosos de antaño. "No corren buenos tiempos para La Firma. El principal negocio ahora es el de la droga y, habiendo drogas de por medio, es imposible mantener el romanticismo de la profesión. El dinero que mueve es tal que no hay lealtad ni código de honor que se le resista. Hace unos años, uno podía decir en el colegio que su padre era ladrón de bancos y a los demás chicos les parecía casi respetable. Pero uno no puede ir por la vida diciendo a sus compañeros de clase que su padre es un traficante de drogas. Los traficantes tratan de lograr la clase que tenían los gánsteres de antaño, pero eso es algo que no se puede comprar. Los antiguos y genuinos gánsteres, al menos en este país, son ya parte de la Historia, como lo son los piratas o los vaqueros del Oeste".

1 comentario: